Cuando me desperté no supe por
qué razón mi cuerpo se tambaleaba tanto. Noté que mis piernas flotaban sobre
una agradable nube que cubría el cielo.
"Extraña sensación esta de
ser un ángel" pensé mientras tocaba con mis suaves manos las puntas de mis
nuevas alas.
Un traje azul me cubría hasta la
parte más oculta de mí ser. Extremadamente pegado, tanto que me incomodaba.
Intenté volar, pero fracase cual cervatillo que no es capaz de echar a andar
sin el apoyo de su madre.
Oh,... ¡mi dulce madre! ¿Qué
estaría haciendo ahora sin mí? No quería ser egocéntrica, pero sabía que yo era
lo único que mantenía a mamá feliz. Después de la marcha de papá se quedó
extremadamente desolada, y solo gracias a mi supo sobrellevar aquel dolor.
Necesitaba salir de allí, necesitaba volar para volver a la tierra, decirles a todos que estaba bien, que aunque no iba a volver jamás, era feliz saltando por las nubes. Pero… ¿cómo podría hacerlo? ¿Cómo podría volar hasta allí abajo?
– Puedo ayudarte ¿Quieres? – Reconocí su voz, no había cambiado ni un simple ápice. Anduve hasta él intentando no caerme, al llegar lo abracé con
fuerza. Era un ángel. Siempre lo supe. No podía ser de otra manera, fue tan
bueno durante su estancia en la tierra, que era una locura pensar que acabaría
en cualquier otro lugar.
Me enseñó a abrir las alas
lentamente. Notaba como colocaba su mano en mi cintura. Sentía su respiración
acompasada detrás de mí. Dicen que los ángeles son seres asexuales pero, no sé
si era porque yo acababa de llegar, o simplemente por el recuerdo que su boca
me producía de cuando estábamos en aquella cama con tan solo diecisiete años,
pero yo sentía mi sexualidad más marcada que nunca.
Con fuerza y valentía logré
controlar el vuelo, al mismo tiempo que me enamoré de él de nuevo. Era un
avance totalmente proporcional, cuanto más aprendía a volar, más loca de amor
me volvía.
Recuerdo aquel día en que me
besó por primera vez, no pude evitar llorar al pensar en nuestro último beso. Al
irse de aquella fiesta en la que yo decidí quedarme, un conductor ebrio chocó
contra su coche. Nunca llegué a perdonarme el haberlo dejado irse sólo. Nunca
pude olvidar el último "adiós" que me dijo al despedirse de mí.
No llevaba la cuenta del tiempo
que pasó, simplemente un día recordé por qué quise aprender a volar. Tenía que
visitar a mi familia y a mis amigos, tenía que anunciarles que era feliz, que
volvía a estar con Carlos, y que les esperaría en un futuro lejano.
Bajamos a la tierra volando con cuidado. Aún no me acostumbraba a sentir el viento rozando mis alas. Era una sensación extraordinaria. Me fascinaba acercarme mucho al agua y rozar con la punta de los dedos la superficie. Me veía tan bonita cogida de su mano… era más feliz incluso que cuando estaba viva.
Al llegar, observé como mi casa
estaba vacía. Carlos y yo recorrimos todo el pueblo, pero no encontramos a
nadie conocido.
– No están… – mi suspiro aguantaba las ganas de llorar,
lástima que los ángeles no tengamos esa maldita capacidad.
– Era de esperar. – Esa sentencia me dolió en el corazón.
¿Por qué? ¿Dónde estaban? ¿Cuánto tiempo había pasado? Sencillamente le miré
con cara de extrañada, como un perro que no entiende la última orden de su amo.
– Elisse,… nunca te preguntaste por qué estás aquí. Nunca quisiste saber la
razón de tu muerte, nunca pensaste en ti. Siempre dedicaste tu vida a los
demás, al igual que yo, y eso hizo de los seres de tu alrededor unas personas
egoístas, acostumbradas a que dieras todo por ellas, y al final, tras un largo
periodo de tiempo, cuando su hora llegó, no tenían ningún motivo para
convertirse en ángeles. Créeme ninguno ha pensado ni un momento en ti, ninguno
ha mirado tu foto por última vez, ninguno ha querido que volvieras a estar con
ellos. Solamente necesitaban tus acciones y tus bonanzas, tus favores a altas
horas de la noche, pero ni por un solo minuto pensaron en tus sentimientos o tu
corazón.
Ese fue el día en el que mi vida
cambió. Me di cuenta de la maldad que tiene la gente, de la influencia que
ejercen sobre mí. Intenté cambiarlo y ahora soy un ser egoísta y corrompido por
dentro. Mi interior al igual que mis ásperas y doloridas alas, son de un color
más oscuro que el mismísimo cosmos.
No he vuelto a sonreír ni a ser feliz. Ya
no puedo surcar por el agua, me sienta como un vaso de ácido; ni a saltar por
las nubes como si fueran algodón de azúcar; ni si quiera quise volver a mirar a
los ojos a Carlos. Mi alma está maldita para siempre, mis ojos oscuros como el
carbón, mi vestimenta negra azabache y mis alas, se han apagado para siempre.
La maldad de las personas ha
acabado dos veces conmigo.
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