miércoles, 10 de junio de 2015

Alas de Ángel



Cuando me desperté no supe por qué razón mi cuerpo se tambaleaba tanto. Noté que mis piernas flotaban sobre una agradable nube que cubría el cielo. 

"Extraña sensación esta de ser un ángel" pensé mientras tocaba con mis suaves manos las puntas de mis nuevas alas. 

Un traje azul me cubría hasta la parte más oculta de mí ser. Extremadamente pegado, tanto que me incomodaba. Intenté volar, pero fracase cual cervatillo que no es capaz de echar a andar sin el apoyo de su madre. 

Oh,... ¡mi dulce madre! ¿Qué estaría haciendo ahora sin mí? No quería ser egocéntrica, pero sabía que yo era lo único que mantenía a mamá feliz. Después de la marcha de papá se quedó extremadamente desolada, y solo gracias a mi supo sobrellevar aquel dolor.

Necesitaba salir de allí, necesitaba volar para volver a la tierra, decirles a todos que estaba bien, que aunque no iba a volver jamás, era feliz saltando por las nubes. Pero… ¿cómo podría hacerlo? ¿Cómo podría volar hasta allí abajo?

Entonces apareció él. Su cabellera rubia se movía al son del viento. Aquí, en el cielo estamos lejos de las tormentas y de todos los fenómenos desagradables, pero sí hay una cierta brisa que nos permite respirar a pleno pulmón sin sentirnos asfixiados por el calor de la estratosfera. 

Puedo ayudarte ¿Quieres? – Reconocí su voz, no había cambiado ni un simple ápice. Anduve hasta él intentando no caerme, al llegar lo abracé con fuerza. Era un ángel. Siempre lo supe. No podía ser de otra manera, fue tan bueno durante su estancia en la tierra, que era una locura pensar que acabaría en cualquier otro lugar. 

Me enseñó a abrir las alas lentamente. Notaba como colocaba su mano en mi cintura. Sentía su respiración acompasada detrás de mí. Dicen que los ángeles son seres asexuales pero, no sé si era porque yo acababa de llegar, o simplemente por el recuerdo que su boca me producía de cuando estábamos en aquella cama con tan solo diecisiete años, pero yo sentía mi sexualidad más marcada que nunca.

Con fuerza y valentía logré controlar el vuelo, al mismo tiempo que me enamoré de él de nuevo. Era un avance totalmente proporcional, cuanto más aprendía a volar, más loca de amor me volvía.

Recuerdo aquel día en que me besó por primera vez, no pude evitar llorar al pensar en nuestro último beso. Al irse de aquella fiesta en la que yo decidí quedarme, un conductor ebrio chocó contra su coche. Nunca llegué a perdonarme el haberlo dejado irse sólo. Nunca pude olvidar el último "adiós" que me dijo al despedirse de mí.

No llevaba la cuenta del tiempo que pasó, simplemente un día recordé por qué quise aprender a volar. Tenía que visitar a mi familia y a mis amigos, tenía que anunciarles que era feliz, que volvía a estar con Carlos, y que les esperaría en un futuro lejano.

Bajamos a la tierra volando con cuidado. Aún no me acostumbraba a sentir el viento rozando mis alas. Era una sensación extraordinaria. Me fascinaba acercarme mucho al agua y rozar con la punta de los dedos la superficie. Me veía tan bonita cogida de su mano… era más feliz incluso que cuando estaba viva.


Al llegar, observé como mi casa estaba vacía. Carlos y yo recorrimos todo el pueblo, pero no encontramos a nadie conocido. 


No están… – mi suspiro aguantaba las ganas de llorar, lástima que los ángeles no tengamos esa maldita capacidad.

Era de esperar. – Esa sentencia me dolió en el corazón. ¿Por qué? ¿Dónde estaban? ¿Cuánto tiempo había pasado? Sencillamente le miré con cara de extrañada, como un perro que no entiende la última orden de su amo. – Elisse,… nunca te preguntaste por qué estás aquí. Nunca quisiste saber la razón de tu muerte, nunca pensaste en ti. Siempre dedicaste tu vida a los demás, al igual que yo, y eso hizo de los seres de tu alrededor unas personas egoístas, acostumbradas a que dieras todo por ellas, y al final, tras un largo periodo de tiempo, cuando su hora llegó, no tenían ningún motivo para convertirse en ángeles. Créeme ninguno ha pensado ni un momento en ti, ninguno ha mirado tu foto por última vez, ninguno ha querido que volvieras a estar con ellos. Solamente necesitaban tus acciones y tus bonanzas, tus favores a altas horas de la noche, pero ni por un solo minuto pensaron en tus sentimientos o tu corazón.

Ese fue el día en el que mi vida cambió. Me di cuenta de la maldad que tiene la gente, de la influencia que ejercen sobre mí. Intenté cambiarlo y ahora soy un ser egoísta y corrompido por dentro. Mi interior al igual que mis ásperas y doloridas alas, son de un color más oscuro que el mismísimo cosmos. 

No he vuelto a sonreír ni a ser feliz. Ya no puedo surcar por el agua, me sienta como un vaso de ácido; ni a saltar por las nubes como si fueran algodón de azúcar; ni si quiera quise volver a mirar a los ojos a Carlos. Mi alma está maldita para siempre, mis ojos oscuros como el carbón, mi vestimenta negra azabache y mis alas, se han apagado para siempre. 

La maldad de las personas ha acabado dos veces conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por dejarme tu opinión!